Cuando la Biblia nos invita a orar por los pecados de nuestros antecesores, entonces, nos está invitando a tomar conciencia de ese efecto destructivo que se extiende desde un pasado que nos ha antecedido. La Iglesia nos enseña que en el pecado hay dos dimensiones, que se suelen llamar la “culpa” y la “pena.” En términos sencillos, la culpa es el daño o desfiguración que uno causa al propio ser, la propia alma, porque al escoger el mal es como si abrazáramos algo apestoso y venenoso: no es posible elegir el pecado sin quedar impregnados de su hedor y de su fealdad. Esa es la culpa; algo que uno lleva como “adentro.” La pena en cambio, se refiere al aspecto externo, o sea, a las consecuencias, más o menos visibles, que a corto o largo plazo trae el haber obrado mal. Sobre esto y mucho mas nos habla el Padre Fabian Barrera en esta charla, explicando básicamente que lo que se hereda, entonces, no es la culpa sino la pena, y esto vale ante todo para el pecado original. Nosotros no nacemos con un veredicto de “culpable” pero sí nacemos afectados por consecuencias que vienen de la naturaleza herida por el pecado, la naturaleza que hemos heredado de los antecesores.